Friday, March 31, 2006

Todo el dolor y toda la felicidad

No conocía la obra de Ravel, a excepción del bolero, pero me las arreglé para explicarle que se trataba de un concierto sutil, en el que cada nota era capaz de expresar todo el dolor y la felicidad de la humanidad y que por eso mismo requería de una capacidad interpretativa que pocos músicos pueden alcanzar.
"Es una pena que aquí solamente tenga a George Harrison y a Credence", bromeó después de confesar que le encargaría a un amigo que le traiga desde Buenos Aires una grabación del Concierto en Sol Mayor.
Cuando le conté que Martha Argerich se había encerrado en su habitación para estudiar secretamente el segundo movimiento, la noche anterior a su presentación en Lausana, cuando su pareja le presentó formalmente a sus padres, advertimos que la claridad de la mañana ya coloreaba las ventanas de la posada y le devolvía la vida al Mercedario y a los cerros de la cadena de Ansilta que recordé haber admirado la tarde anterior, cuando me mojé los pies en el río Los Patos.

Como el torso de una mujer

Una noche le comenté a El Alemán la experiencia que viví en la posada de Rodeo, donde una mujer se levantó de una de las mesas e interpretó en el piano del salón la música más bella y sensible que escuché en toda mi vida.
Sus ojos azules que resaltaban todavía más gracias al contraste que le ofrecía una piel nórdica expuesta durante muchos años al inmisericorde sol de la precordillera, me escuchaban con atención y parecían no querer perderse ningún detalle.
Era la primera vez que el dueño de la posada me demostraba abiertamente sus sentimientos y comprendí que como la mayoría de sus compatriotas, amaba la música y la concebía como una forma de comunicación más pura y poderosa que el lenguaje.
El relato se convirtió en un diálogo animado cuando le comenté que esa noche en Rodeo no solamente me había emocionado sino que también había comprendido a Daniel Baremboim cuando en su autobiografía trazó diferencias entre las acciones de recordar y rememorar en el arte de la interpretación, atribuyendo a esta última la capacidad de revivir las emociones que acompañaron al compositor al momento de la creación.
"El piano, como cualquier otro instrumento musical, es como el torso de una mujer a la que uno le puede arrancar suspiros o provocar la mayor indiferencia", me dijo, una vez que terminé de comentarle mis ideas sobre la cita de Baremboim, revelándome un costado sentimental que nunca le hubiera atribuido en nuestras primeras charlas.

Tuesday, March 28, 2006

Concierto alado

La región andina es un terreno ideal para las formas, es decir, para las artes plásticas y la región pampena lo es para los sonidos, es decir para la música, señaló Miguel Cané y no puedo sino estar de acuerdo con su apreciación.
La semana pasada visité accidentalmente el litoral paranaense y me regocijé con el concierto que ofrecieron decenas de especies aladas a mis agradecidos oídos en un apasible atardecer de la costa santafesina.
Logré captar a uno de los responsables de mi inesperada felicidad, cuya imagen quiero compartir con todos ustedes.

Friday, March 24, 2006

Un paraíso personal

Llegaba cada noche a la posada deliberadamente tarde porque El Alemán no salía de la cocina para charlar hasta que no terminaba con el último pedido y recién después de cerrar la puerta de entrada se sentaba frente a mi con dos cervezas.
Las charlas discurrían siempre sobre los mismos temas: el amor, la pasión, la traición y la naturaleza.
Tras pasar más de veinte años en ese paraíso inaccesible El Alemán temía que fuese devorado por el boom turístico o minero y yo lo entendía perfectamente.
Lo escuchaba preguntar a los visitantes de dónde provenían y después murmurar "desde Rosario vinieron decenas en los últimos días, ¿cómo se habrán enterado?" y al principio no comprendía pero luego me di cuenta que en realidad no deseaba más clientes sino todo lo contrario.
Me resulta risueño pensar en lo que sentiría si tiene acceso a estos textos que alaban tanto las bondades de su "paraíso personal" y estoy casi seguro que experimentaría una mezcla de alarma y traición.
Una noche, cuando me preguntó cómo me gano la vida le dije que simplemente escribo y se interesó aunque no me preguntó si me dedico a la literatura o al periodismo gráfico.
Lo que le llamaba la atención era el proceso de escritura en sí mismo, algo que no me sorprendió dado su origen alemán y dio lugar a largas charlas sobre el tema.
¿Podés escribir todos los días?, me preguntó una madrugada y le contesté que no, que necesitaba estar relajado aunque si debía hacerlo por necesidad lo hacía.
"La mejor forma de relajarse y alcanzar el mood adecuado para escribir es tomar una o dos medidas de Cutty Sark", le dije una vez para sorprenderlo, aunque en lugar de eso se levantó y con un movimiento ágil y una gran sonrisa regresó a la mesa con una botella del escocés que le mencioné y que utilizó para servir dos generosos vasos. "Ahora podés escribir", me dijo en tono jocoso, mientras el dorado líquido ingresaba a su organismo a través de sus finos labios.
Yo esperé en cambio que los trozos de hielo comenzaran a derretirse y tras oler el vaso sin apuro comenté lo bueno que resultaba descubrir el aroma del roble casi gastado en la bebida.
"Es cierto, en los vinos ahora se usan barricas nuevas y el aroma del roble usado cientos de veces es muy diferente, tiene un toque húmedo que resulta muy reconfortante", comentó y le dije que un escocés no solamente sirve para escribir sino para conducir una charla entre amigos a zonas que usualmente no se visitan.

Conversaciones con El Alemán

En este oasis pasé los mejores días de descanso de mi vida. Tras acomodarme en el gigantesco camping municipal me dediqué a recorrer el pueblo y descubrir sus tesoros.
Antes de visitar el Barreal del Leoncito y el observatorio astronómico más importante que tiene el país, me relacioné con la gente del lugar, entre ellos el encargado del camping, quien me acompañó a realizar mis compras en los almacenes del pueblo y hasta se ofreció para asar un chivito en su horno de barro que ya entrada la noche compartí junto a su familia.
Otro de los pobladores con quien sostuve agradables conversaciones fue el dueño de la hostería El Alemán, un inmigrante germano que a principios de los 80 llegó al lugar que no pudo abandonar más.
La hostería se encuentra un tanto escondida pero su dueño se las ingenió para guiar a los visitantes a través de carteles de color verde oscuro que se encuentran diseminados por todos los caminos de la zona.
El Alemán, como todos lo conocen, es un rubio de ojos azules muy amable y algo enigmático que se ocupa de la cocina mientras su esposa, una argentina sumamente simpática, atiende a los comensales.
La cocina obviamente es de estilo germano, ofreciendo una abundante variedad de salchichas y carnes ahumadas, además de decenas de excelentes cervezas.
Por las noches visitaba la posada y además de entretenerme con los turistas que paraban en su paso por la zona, me entretenía conversando con su dueño, a quien vanamente intentaba sacarle información sobre su vida antes de emigrar a Barreal.
En este punto era tan hermético que si no fuese por su edad me hubiera visto tentado de pensar que era un fugitivo nazi.
En realidad El Alemán es una persona que ve con preocupación cómo la naturaleza va cediendo ante el avance de la civilización, es decir, un verdadero naturalista.

Una travesía hacia Barreal

Desde Rodeo se puede llegar a Barreal a través de la ruta 436 que recorre la Travesía del Corrillo. El camino de ripio se inicia en la ciudad de Iglesia, donde es conveniente consultar sobre su estado en el destacamento de Gendarmería antes de emprender el viaje.
Lo recorrí luego de una fuerte lluvia que produjo un movimiento de piedras, razón por la cual debí conducir a no más de 30 kilómetros por hora. Armado de toda la paciencia me dediqué a disfrutar de las vista que ofrecía este viejo camino que según me comentaron en Rodeo fue utilizado por los nativos durante cientos de años.
La geografía se parece a la de un valle ameseteado y agreste que discurre en medio de la precordillera. El primer tramo del camino es difícil y pone a prueba al conductor, al vehículo y especialmente a los neumáticos porque si no tienen la presión adecuada pueden romperse tras golpear con las puntiagudas piedras.
Después de atravesar el arroyo Tocota donde se encuentra un caserío con el mismo nombre que vive de la explotación del cultivo de ajo, la ruta se hace más amable, permitiendo aumentar la velocidad y aprovechar el descenso que ofrece una suave pero extensa pendiente.
La soledad y el silencio por momentos abruman. Sin seres humanos y ni siquiera animales salvajes a la vista, se toma conciencia del significado de la palabra travesía y de los riesgos que implican aventuras como estas, sobre todo si no se toma la precaución de llevar abrigo y agua potable, dado que cualquier accidente o desperfecto mecánico implicaría tener que esperar durante horas o recorrer a pie grandes distancias para obtener ayuda.
La geografía recién comienza a cambiar tras recorrer más de cien kilómetros, cuando uno se aproxima a la localidad de Villa Nueva, ubicada en los márgenes del Valle de Calingasta.
Los primeros indicios que aparecen son las plantaciones de álamos que rodean a los caseríos para protegerlos de los fuertes vientos.
Cuando se atraviesa Villa Nueva puede observarse un gran cartel informativo que indica que desde allí partió una de las columnas del ejército libertador que cruzó los Andes a través de los pasos que se encuentran en el sur de la provincia.
Las señales de la presencia humana se van multiplicando a medida que se toma dirección sudeste y se llega a Calingasta, una de las ciudades más importante de la región y desde donde hay que tomar la ascendente ruta 412 que lleva hasta Barreal bordeando siempre el río Los Patos.
El ingreso al pueblo es realmente largo y quien no lo visitó antes se ve tentado a pensar que "se pasó de largo", una idea muy común en viajeros que recorren regiones escasamente pobladas y que me recordó una visita de mi adolescencia a Moisés Ville, la primera colonia judía del país, en mi provincia de Santa Fe natal, dado que como viajamos de noche y en el pueblo prácticamente no había luces encendidas, casi no nos percatamos de su presencia.
Barreal es, en casi todos los aspectos, un oasis y basta recorrerlo brevemente para convencerse que valió la pena esforzarse por llegar hasta allí.

Sunday, March 12, 2006

Los niños de Talampaya

La empresa que explota la concesión del Parque Nacional de Talampaya, en la provincia de La Rioja, optó por contratar como guías turísticos a personas del lugar. Esta medida acertada nos permitió conocer a José, un joven moreno, menudo y treintañero que durante la excursión por el imponente cañón dio muestras de una locuacidad extraordinaria.
Lo más interesante de todo es que José propiciaba diálogos que transgredían totalmente el ámbito de su función. Por ejemplo, con Gilles, un francés de mediano porte y edad que tomaba obsesivamente notas de todo cuanto veía y se le decía en un cuaderno escolar de tapas color naranja, se embarcó en una animada conversación de negocios en los que analizaban todo tipo de alternativas turísticas para sacarle euros a sus compatriotas.


Menos pragmático que el joven francés, a mi la locuacidad de José me sirvió para explorar los tiempos en que el cañón estaba "abierto al público" y ni siquiera debía pedirse permiso para recorrerlo.
No me pasó por alto la emoción que afloraba en sus oscuros ojos cuando comenzó a contarme historias de su infancia, cuando las aventuras que cualquier niño de ciudad tiene en el club o a lo sumo en un parque, se desarrollaban en un escenario tan impresionante como el cañón de Talampaya.
Su sensibilidad casi indisimulada me cayó en gracia y desplacé a Gilles de su lado, trabando una conversación sobre esa época lejana en donde por ejemplo las empresas mineras no volaron de milagro las paredes rosadas del gigantesco cañón. "Por todos lados hay hoyos abiertos por los buscadores de minerales. Cuando era niño las explosiones eran tan frecuentes que cuando nos las dejábamos de escuchar pensábamos que algo malo había pasado", recordó torciendo el labio inferior, en una suerte de sonrisa irónica. Luego nos explicó que las constantes explosiones espantaron a la fauna que habitaba en el lugar, obligando a guanacos y pumas a buscar nuevas moradas.
La expresión de su rostro cuando nos confesó que desde la ventana de su dormitorio tiene una incomparable vista del pico nevado del Famatina, me reconfortó haciéndome notar el orgullo que sienten los nativos de todo Cuyo por sus bellísimos paisajes.
Cuando terminó la excursión y José se disponía a recibir a un nuevo contingente, lo saludé con un apretón de manos y una leve inclinación de cabeza que él correspondió educadamente. Mientras recorría el camino de salida que lleva a la ruta 151, pensé en lo afortunado que fue al criarse en un sitio tan maravilloso.

Saturday, March 11, 2006

Hoteles abandonados

Siempre me atrajeron los hoteles abandonados, como el que se encuentra en las termas de Villavicencio. "Los hoteles son instituciones", me dijo el propietario de un establecimiento de mi ciudad y no puedo sino acordar con esa afirmación.
Son instituciones porque se encargan de recibir a los visitantes y porque funcionan como una suerte de puerta de entrada a una comunidad.
A pesar del esmero del personal, sin embargo, los hoteles siempre me resultaron fríos y tal vez por ello me hacen añorar el hogar.
Los hoteles abandonados son más fríos todavía, aunque con solo pensar en los momentos de felicidad que albergaron sus habitaciones que hoy se encuentran vacías y despobladas de muebles, cubiertas de telarañas y polvo, adquieren para mi un significado diferente.

En la fotografía de arriba estoy posando frente al viejo hotel de las Termas de Villavicencio, en la provincia de Mendoza. Abajo puede verse el Gran Hotel Viena, construido muy probablemente por refugiados nazis en la localidad cordobesa de Miramar, a orillas de la laguna Mar Chiquita, cuyas aguas salobres hoy carcomen su estructura.

Wednesday, March 08, 2006

Temblorosa San Juan

Lo primero que llama la atención a quien visita por primera vez la ciudad es el horario comercial. La caravana de automóviles y colectivos abarrotados de gente que en otros sitios del país uno espera ver a las 5 o a lo sumo a las 7 de la tarde, aquí recién recorre las avenidas principales a las 10,30 de la noche. Indudablemente los sanjuaninos tienen predilección por las siestas prolongadas, lo que en parte se explica por el rigor del clima estival y del implacable viento Zonda que sopla en primavera.
La aridez y el riesgo sísmico son dos elementos con los cuales la sociedad sanjuanina convive desde hace siglos, a tal punto que una ley provincial castiga con prisión a quien derroche agua o, como me dijo jocosamente un gomero, "hasta que no comienzan a caerse las cosas, yo no me levanto de la cama", refiriéndose a los frecuentes temblores que se registran en toda la provincia.
Una de las cosas que primero llama la atención cuando se habla con un sanjuanino es su acento, mucho más parecido al chileno que el del resto de los habitantes de Cuyo.
La diferencia con la tonada mendocina es realmente notable y sólo se puede comparar con el contraste existente entre las zonas comerciales de las dos capitales, siendo la de San Juan mucho más provinciana y humilde.
Para quien proviene de una pequeña ciudad santafesina, la sencillez sanjuanina es realmente bienvenida.
Si tuviera que definir a la ciudad utilizaría la plabara temblorosa no por su falta de carácter sino porque padece frecuentes movimientos sísmicos y su población vive pensando en el próximo gran terremoto que nadie a ciencia cierta, ni siquiera los especialistas del Instituto Nacional de Prevención Sísmica que se encuentra naturalmente en San Juan, puede pronosticar.
La llama votiva que recuerda a las víctimas del terremoto que el 15 de enero de 1944 destruyó la ciudad, tiene en tal sentido, un significado que trasciende lo simbólico.