Thursday, July 06, 2006

La chica que no quería volver a dormirse

No tuve dificultades para creerle cuando me dijo que no quería volver a dormirse nunca más. Estábamos en una esquina muy particular de Buenos Aires, donde la pared lateral del cementerio de la Recoleta se enfrenta, calle de por medio, con un complejo de diversión.
El contraste me inquietaba mientras la escuchaba en la penumbra de la vereda, donde el brillo de las luces de colores de los juguetes que ofrecìan los vendedores ambulantes provocaban la misma sensación que deben experimentar las estrellas de rock cuando son iluminadas por cientos de reflectores sobre un escenario.
Comprendía lo que me decía porque yo también padecí esa inquietud casi imperceptible que suele acompañarnos cuando debemos resignarnos a descansar.
"Mi terapeuta me dijo que es algo así como un miedo primitivo a soñar", me dijo mientras miraba desde la penumbra las siluetas negras de los panteones que lograban superar el muro que separa a la necrópolis de la ciudad.
"Me dijeron que ahí adentro están sepultadas personas ilustres de la historia del país pero la gente, en este viernes húmedo y pringoso, no parece advertirlo", pensé mientras recordaba a las dos chicas que en el camino hacia el museo de arte contemporáneo, hicieron un alto para mirar a través de los cristales del portón de entrada, la avenida principal del cementerio.
Tratando de cambiar el humor recordé voluntariamente a los perros que sus dueños dejaron atados en el frente de la iglesia para que los esperen mientras asistían a la misa vespertina. Sus caras de resignación y aburrimiento me arrancaron una compasiva sonrisa. El más impaciente era un boxer que con una mirada verdaderamente angustiada, parecía pedirme que lo desatara del bicicletero donde se lo había dejado. Un labrador dorado había perdido toda esperanza de librarse del semanal calvario y se había echado a un costado de su dueña, quien seguía el oficio desde el umbral del templo. El más habituado a sortear este tipo de inconvenientes parecía ser un airdale terrier que roncaba despreocupadamente a salvo de los feligreses y traseúntes, en un rincón oscuro junto al portón de acceso.