Wednesday, May 31, 2006

Contemplación de los cerros

Era consciente del parecido entre los tres personajes que conocí durante mi viaje, el guía turístico de Talampaya, el propietario de la posada en Barreal y Fernando, el aristócrata paisajista de Luján de Cuyo.
Tenían en común la necesidad de contemplación diaria de la belleza natural e imponente de los cerros andinos, quizá porque creían ver en ellos la emergencia de lo puro e inaccesible o simplemente porque su visión les provocaba un placer inconmensurable, como me ocurría a mi.
Fue de manera casual que me di cuenta por qué las culturas precolombinas atribuían a los monumentales cerros la condición de deidades. Estaba esperando que el gomero de Barreal reparara uno de los neumáticos de la camioneta en que viajaba cuando levanté la vista para contemplar las nieves eternas del Mercedario.
Repetí la operación varias veces, sintiendo el estremecimiento que me provocaba la inmaculada blancura del pico nevado que sobresalía y se recortaba desde el horizonte.
Tal vez era eso lo que regocijaba secretamente a mis tres personajes y lo que les permitía olvidarse de esa sensación de inquietud que acompaña constantemente a los seres vivos y que Kipling describió tan bien con el balanceo de los elefantes de la India.

Thursday, May 25, 2006

Un alma sosegada

Salió como todas las mañanas, cargando sobre uno de sus hombros el caballete de madera, la cabeza cubierta por un sombrero de tela descolorida y la valija con óleos y pinceles sostenida por la mano que le quedaba libre.
Cruzó la glorieta de glicinas, respirando la frescura silvestre que bajaba de los cerros que le ofrecían sus contornos apenas definidos por la luz matinal.
El río Blanco comenzaba a otra vez a correr, tras meses de parálisis impuesta por el congelamiento y pensó que a su regreso ordenaría al mayordomo que comience a llenar la pileta de mayólicas italianas que su suegro hizo construir en una de las habitaciones de la imponente casona, con el objeto de evitar fisgones y resguardar a las damas de la familia.
Era curioso, su vida había estado siempre signada por los ríos. Al igual que su padre se había empecinado en terminar la usina hidroeléctrica sobre el río Mendoza que llevó a la familia a la ruina.
Cruzó a grandes pasos el camino de tierra que únia a Luján de Cuyo con Mendoza. La tela que llevaba todavía estaba a medio hacer y volvería al mismo lugar en el que estuvo trabajando durante semanas con la única compañía de las aves y animales silvestres.
Quería a esa tierra que permanecía virgen más que a su Burdeos natal porque sosegaba su alma. Por nada del mundo pensaría en cambiarla.

Sunday, May 21, 2006

Placeres secretos

Bajar a la ciudad de Mendoza luego de varias semanas en el interior de la provincia de San Juan es uno de mi placeres secretos más apreciados. La despojada y austera paz que uno disfruta recorriendo las comarcas andinas contrasta con el aire cosmopolita y ligeramente aristocrático de la capital mendocina.
La última vez que hice el periplo quedé impactado por los avances que registró la urbe durante los últimos años. No conocía los nuevos barrios que conforman El Challao y que ofrecen una vista estupenda de toda la ciudad, especialmente al caer la noche. Tampoco pensé que encontraría restoranes de primer nivel con ofertas gastronómicas a la altura de los centros turísticos más importantes del mundo.
La visita a una enoteca top me dejó perplejo: allí no expenden vinos sanjuaninos, una actitud localista que contrasta notablemente con el espíritu cosmopolita que se impone en la ciudad.

Thursday, May 18, 2006

Nada que decir

"Es cierto que la vi siendo niña, cuando solamente podía despertarme ternura y aún hoy la sigo viendo de la misma manera", me dijo El Alemán, una madrugada, cuando el trabajo de la posada había terminado.
En vano traté de hacerlo hablar sobre los placeres de la vida en la precordillera, siempre volvía al mismo tema. "Fuimos a un pub irlandés y la besé mientras acariciaba sus muslos. Ella parecía disfrutarlo pero unas semanas después me dijo que quería estar sola y que no le provocaba nada", confesó mientras yo trataba de descubrir qué decían sus ojos azules.
Parecía no escucharme y decidí quedarme callado, escuchando los detalles de la ruptura, pensando en mi propia historia sentimental.
Recordé ese mediodía en que ella me dijo que ya no sentía nada por mí y lo comprendí aunque sinceramente hubiese preferido hablar de otra cosa. Realmente no tenía nada para decirle.

Wednesday, May 10, 2006

Un límpido manantial

"En cuanto al origen de la oratoria como actividad espontánea cabe señalar que apenas si hay algún canto de la Ilíada y la Odisea en que la mesura, prudencia y elegancia del héroe en el hablar, ya en breves sentencias o en extensos parlamentos, no sean elogiadas como imprescindible virtud", había leído la tarde anterior, en una ediciòn bilingue de 1957 de un pequeño texto de Lysias, mientras me resguardaba del frio en la sala de lectura de la Facultad de Humanidades y Artes.
Lo había tomado al azar, puesto que si bien me interesaba la retórica, no sabía nada de él. El salón abovedado de la biblioteca que alguna vez fue un convento, contrastaba con la luminosidad del discurso del retor.
"Lysias es sutil y elegante, y de no esperarse en un orador sino una información objetiva, no existe otro más perfecto. Nada en él es vacío, nada rebuscado. Con todo, se parece más a un límpido manantial que a un río poderoso", dijo Quintiliano de él.
Pensaba en sus límpidas construcciones cuando abandoné la Facultad y subí por la calle Entre Ríos, alejándome del centro de la ciudad, hacia la casa de mi novia. Sabía que no podría pasar la noche allí pero no me preocupaba.
Recordé el día en que el anciano estacionó su destartalada camioneta frente a la redacción del periódico que dirigía y me ofreció, con una mirada iluminada por el fanatismo y una confianza irracional, una edición que nunca leí de "Los Kerenskys argentinos".
No escuché sus explicaciones ni tampoco presté atención a su colaboración sobre el caso de hanta virus que la prensa nacional había descubierto en Neuquén. Solamente pensé que un hombre desesperado puede aferrarse a un libro con facilidad.