No conocía la obra de Ravel, a excepción del bolero, pero me las arreglé para explicarle que se trataba de un concierto sutil, en el que cada nota era capaz de expresar todo el dolor y la felicidad de la humanidad y que por eso mismo requería de una capacidad interpretativa que pocos músicos pueden alcanzar.
"Es una pena que aquí solamente tenga a George Harrison y a Credence", bromeó después de confesar que le encargaría a un amigo que le traiga desde Buenos Aires una grabación del Concierto en Sol Mayor.
Cuando le conté que Martha Argerich se había encerrado en su habitación para estudiar secretamente el segundo movimiento, la noche anterior a su presentación en Lausana, cuando su pareja le presentó formalmente a sus padres, advertimos que la claridad de la mañana ya coloreaba las ventanas de la posada y le devolvía la vida al Mercedario y a los cerros de la cadena de Ansilta que recordé haber admirado la tarde anterior, cuando me mojé los pies en el río Los Patos.