Thursday, April 27, 2006

Paisaje sanjuanino

La primera vez que percibí una tela de Fernando Fader estaba desesperado. Había pasado la noche a la intemperie en el Parque de la Independencia y tras despertarme entumecido a causa del helado rocío, crucé la avenida Pellegrini y entré al Museo Castagnino para calentarme.
Paisaje sanjuanino, el cuadro de Fader, atrajo inmediatamente mi atención desde el otro extremo del salón de exposiciones, con sus cerros color verde opaco. A medida que me acercaba iba descubriendo nuevos detalles, como la casita de adobe situada al lado de un ascendente camino de piedra grisácea.
Me quedé observándolo por un largo tiempo y antes de dejar la sala, me di cuenta que sentía algo parecido a lo que probablemente sintió el artista al recrear ese sencillo paisaje andino.
Igual que a él, me dio la paz y serenidad que buscaba, después de una larga e inquieta noche.


Nunca había oído hablar de él, a pesar de que mi padre fue pintor, al igual que mi hermano y desde muy temprano me acostumbré a escuchar conversaciones sobre artes plásticas.

Sunday, April 09, 2006

Producto de la fantasía

Mientras dejaba la capital sanjuanina rumbo al Sur, por la mítica ruta nacional 40, pensé que El Alemán había escapado hacia un lugar donde las desolación, la traición y el engaño no pudieran dañarlo con la misma ferocidad y ensañamiento con que destrozaron a su amada y que todos los seres humanos intentamos dejar atrás lo que nos hace mal.
Sabía que la historia no era probablemente más que un producto de mi fantasía pero también que me ayudaba a comprenderlo a él y en parte a mí mismo porque ambos queremos a la naturaleza lo más natural posible.
A pocos kilómetros de Mendoza, cuando la luz se desvanecía detrás de la cordillera y el tránsito se hacía más esporádico, imaginé que no llegaron a amarse en las escasas noches que se vieron. A ninguno de los dos les interesaba hacer el amor, solamente buscaban la confirmación de un sentimiento que pudo sobrevivir al paso del tiempo y a la distancia pero que sucumbió frente a las heridas que va abriendo la vida en las personas a medida que los años pasan y los desengaños se acumulan.

Buscando un refugio

El Alemán me contó por qué se quedó en Barreal pero no por qué dejó su país, debido posiblemente más a una omisión involuntaria que a un acto deliberado. A mi se me antoja que fue por una frustración amorosa, aunque nada en nuestras conversaciones noctámbulas justifica tal presunción.
Creo que fue en el camino de regreso hacia la ciudad de San Juan, adonde tuve que dirigirme para comprar una cubierta de reemplazo para la que quedó destrozada tras el viaje por la Travesía del Corrillo, cuando se me ocurrió que decidió viajar a nuestro país, a principios de los 80, luego de una mala experiencia sentimental con una joven rubia y delicada como un ángel.
Ella era especial, como solía decirle su abuelo, quien secretamente la prefería sobre el resto de sus nietos. Su mirada era lo que cautivaba al anciano, quien la describía alternativamente como un túnel o como una caverna, quizás porque representaba una oscuridad plácida que lo invitaba a internarse hasta llegar al alma misma de su amada nieta.
El Alemán experimentó la misma sensación que el abuelo, cuando la miró por primera vez a los ojos en el instituto donde ambos estudiaban. Sin embargo, la relación no se estableció allí sino que debieron pasar casi quince años para que volvieran a encontrarse y hablar sobre lo que sentían.
¿Por qué te atrae tanto ella?, le preguntaba el profesor de Literatura Meridional a El Alemán, cuando regresaban del instituto y se dirigían a su casa para tomar el té, escuchar a Eric Satie y hablar de libros hasta bien avanzada la madrugada.
"Me atrae porque sus ojos me dicen que es muy sensible y porque sé que va a sufrir mucho en la vida", contestaba El Alemán, sentado en uno de los sillones individuales del pequeño departamento atestado de libros y papeles.
El profesor no lo entendía. Pensaba que ella no era bella y que no sobresalía del promedio de compañeras que tenía su alumno predilecto.
Una sola vez estuvieron a punto de decirse lo que ambos sentían pero el azar quiso que la pareja de El Alemán fuera a esperarlo a la salida del instituto y él la vio pasar delante suyo, con el andar suave y delicado que solamente puede tener una muchacha de esa edad y perderse en la oscuridad de la transitada calle.
Él sintio una sensación de pérdida esa noche y ella una especie de alivio que le permitió concentrarse en la boda con un joven que pocos meses después habría de traicionarla.
El encuentro se produjo casi quince años más tarde, cuando ambos vivían en sitios muy distantes del país y no podían ocultar las heridas que les produjo la vida.
Él venía de años de soledad, de haber perdido a su padre, de haber comenzado de cero y de haber sobrevivido a la depresión que estuvo a punto de vencerlo en varias oportunidades. Ella había perdido a su amado abuelo y si bien sus ojos transmitían la misma dulce invitación para internarse hasta su alma, por dentro estaba destrozada.
Se dieron tres abrazos en los que confirmaron todo lo que sentían el uno por el otro. Ella le dijo "cada vez que me pego a tu cuerpo siento que cada pedazo de mi alma vuelve a unirse". Y él le respondió que abrazarla fue lo mejor que le pasó.
Sin embargo, su inestabilidad emocional echó por tierra toda la historia, impidió nuevos abrazos y encuentros y El Alemán, sintiéndose desgraciado como nunca antes, se dio cuenta que la vida había arruinado también al ser extraordinario que conoció en el instituto y quizás para no correr la misma suerte, comenzó a imaginar un viaje a tierras remotas e inaccesibles.