Saturday, February 17, 2007

Samai Huasi

Samai Huasi fue la casa de descanso de Joaquín V. González. Ubicada en la localidad de Chilecito, provincia de La Rioja, hoy funciona como museo y como hospedaje. Visitarla constituye una experiencia deslumbrante, dado que revela las múltiples facetas de este lúcido hombre público y sensible literato.
La reseña biográfica que transcribo a continuación está acompañada por unas tomas que obtuve en octubre pasado en el lugar.

Riojano de nacimiento, González estudió en Córdoba, en el Colegio de Monserrat. Con tan sólo 18 años, en esa ciudad, se inició en el periodismo, colaborando con varios diarios mediterráneos, como El Interior, El Progreso y La Revista de Córdoba.Tres años después, comenzó a dictar clases, enseñando historia, geografía y francés en la Escuela Normal de Córdoba. En 1884, cuando tenía 22 años, empezó a escribir su tesis doctoral (Estudios sobre la Revolución) y fundó el diario La Propaganda. Además, se lo eligió presidente del Club Universitario Estudiantil.En 1886, obtuvo el doctorado en Jurisprudencia.De inmediato, regresó a su provincia, comisionado por el gobierno para tratar el asunto de límites con Córdoba. También fue elegido diputado nacional, aun cuando no tenía la edad requerida para el cargo (Repetiría en esa función tres veces más (1889-1891; 1892-1896; 1898-1901).Fue designado Miembro de la Comisión de Reforma Constitucional en 1887, y encargado de redactar el proyecto de Constitución para La Rioja. Era, por entonces, uno de los más destacados juristas del país. Ese año, Joaquín V. González publicó La Revolución de la Independencia Argentina, la primera de sus obras de carácter historiográfico. Además ingresó al diario La Prensa, y fue designado primer profesor de la Cátedra de Derechos de Minas. En 1889 fue elegido Gobernador de la Provincia (hasta 1891). Entonces, publica su obra fundamental: La Tradición nacional, una evocación legendaria en la que vincula el paisaje, el folklore, la sociología y la historia del país. Un lustro después, González accedió a la titularidad de la Cátedra de Legislación de Minas, y, en 1896, al Consejo Nacional de Educación, además de ser Académico Titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1901 abandonó la diputación, cuando el presidente Roca lo llamó para encabezar el Ministerio de Interior. Interinamente, González debió además dirigir al mismo tiempo los ministerios de Justicia e Instrucción Pública, y de Gobierno y Relaciones Exteriores. No descuidó sus cátedras, no obstante la función pública, y se encargó de pronunciar magistrales discursos, como en 1902 en la Facultad de Derecho acerca de El ideal de la Justicia y la vida contemporánea. Ese mismo año, presentó al Presidente un proyecto de reformas electorales, convertido en ley poco después. Gracias a la misma, que consagraba el sistema uninominal, fue elegido el primer diputado de adscripción socialista en el país (Alfredo Palacios). En 1904, nuevamente González tuvo que encabezar dos ministerios al mismo tiempo: el de Interior y el de Justicia e Instrucción Pública, al frente del cual creó el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Buenos Aires, primero en este género que tuvo el país, y que tuvo como plantel docente inicial a una veintena de profesores contratados en el extranjero, casi todos alemanes. Con la asunción de Quintana como presidente, se lo designó al frente del Ministerio de Justicia. En esa tarea, González creó en 1905 la Universidad de La Plata, nacionalizada al cabo de unas pocas semanas. Según González, la novel casa de estudios debía responder a “una nueva corriente universitaria, que sin tocar el cauce de las antiguas y sin comprometer en lo más mínimo el porvenir de las dos Universidades históricas de la Nación, consultase junto con el porvenir del país, las nuevas tendencias de la enseñanza superior, las nuevas necesidades de la cultura argentina y los ejemplos de los mejores institutos similares de Europa y América.” Renunció como Ministro con la muerte de Quintana. El nuevo gobernante, Figueroa Alcorta, lo designó entonces Presidente de la Universidad, función en la que permanecería hasta 1918, en una gran tarea de organizador y armador. El día que abandonó el cargo de Rector, se le efectuó una apoteótica despedida en el Teatro Argentino de La Plata. No había dejado la política, sin embargo, y fue elegido senador en 1916 y hasta su muerte en 1923 (había estado en el cargo desde 1907). Para entonces, Joaquín V. González era considerado uno de los más ilustres hombres del país, y era reconocido por sus pares de otras latitudes. Integraba, en virtud de este reconocimiento, la Real Academia Española como miembro correspondiente (desde 1906), y formó parte, por lo mismo, de la Corte Internacional de Arbitraje de la Haya, en 1921.Una vez retirado de la dirección de la Universidad, volvió a las aulas en Buenos Aires, enseñando Derecho Constitucional Americano, Derecho Institucional Público y Historia Diplomática Argentina. También colaboró con el diario La Nación, y publicó numerosas obras sobre historia, sociología y derecho (por ejemplo, El juicio del siglo, o cien años de historia argentina (1910), La Universidad de Córdoba en la evolución intelectual argentina (1913), Patria y Democracia (1920), etc. Estos escritos compusieron una vasta obra sobre los más diversos temas: compilados en una edición póstuma en 1934 (Obras Completas), ocupan más de 13 mil páginas, agrupadas en 51 títulos. Falleció en diciembre de 1923, en medio de la congoja más general. Sus restos fueron acompañados por miles de personas hasta el Cementerio Norte. La misma congoja se repetiría varios años después, cuando una enorme multitud acompañó sus despojos hasta su Chilecito natal.

Thursday, February 15, 2007

Cielo de Barreal

Mientras preparamos una travesía de tres días por los picos más altos de la cordillera andina, les ofrezco esta toma de un cielo de Barreal, en la provincia de San Juan, que obtuve para fin de año. Las tormentas allí son repentinas y algo furiosas, aunque esa vez resultó pasajera.

Sunday, February 04, 2007

Una sombra y una mirada

Conservaba la fotografía como un verdadero tesoro y me la mostró con el entusiasmo propio de quien revela un poderoso secreto. Se lo veía más joven y feliz, sin las arrugas que ahora le cruzaban la frente. Los ojos parecían preguntar algo a quien manipulaba la cámara, una suerte de inquietud cuya respuesta yo no podía siquiera intuir, ya que de aquella persona solamente se veía la sombra de su cuerpo proyectada por la luz rasante y cálida del atardecer.
Vestía del mismo modo que ahora, con pantalones amplios de gabardina y una camisa de tela rústica que le daban el aspecto de un hombre de campo. Su fisonomía y especialmente su piel bronceada que resaltaba sus ojos azules, delataban sin embargo su origen europeo.
Los colores de la fotografía que sostenía en su mano y miraba intensamente habían comenzado a desteñirse, lo que revelaba que había sido tomada hacía por los menos quince años.
Su rostro alargado en donde además se destacaba una sonrisa a medio camino que daba forma a una pequeña arruga próxima a la comisura derecha, estaba enmarcada por un paisaje lacustre propio de los países escandinavos.
Era el mismo rostro que ahora intentaba explicarme la experiencia que le había cambiado la vida, expulsándolo hacia los confines de un país remoto, donde había recuperado un equilibrio tan precario como las grandes rocas vacilantes que vigilan amenazantes los sinuosos caminos andinos.
No resultaba fácil penetrar su mirada. La pregunta que parecía formular a quien lo fotografiaba, quince o veinte años atrás, se había transformado en una expresión resignada y amarga.
El relato iba tomando forma y se iba abriendo paso a través de comentarios sobre excursiones por las cercanías, uno de los temas centrales de conversación en pueblito como Barreal.
Ella era una típica joven del área rural que había ido a estudiar lengua y literatura a Copenaghe. Desbordaba frescura y belleza y no tardó en despertar el interés de mi anfitrión, quien daba clases de literatura europea meridional.
Lo que más le interesó fueron sus ojos castaños, aunque se regocijaba al escuchar su acento provinciano y su timidez a la hora de dar sus trabajos prácticos.
Llegó a su vida en un momento crítico en donde su relación con su pareja comenzaba a desmoronarse y donde él mismo empezaba a quebrarse, por lo que no tuvo la fuerza suficiente para siquiera intentar seducirla.
La relación, si así podría llamarse, se limitó al cruce de miradas que sin embargo decían mucho más que las más elocuentes palabras.
El invierno llegó y la joven campesina aprobó su curso con una vacilante pero convincente exégesis de la Divina Comedia. Ya no volvería a verla pero no lo preocupaba porque tenía demasiados problemas que resolver.
Estaba profundamente enamorado de la mujer con la cual compartía un departamento en la zona céntrica de la ciudad, a unas diez cuadras del instituto donde daba clases. La relación, sin embargo, estaba a punto de resquebrajarse aunque él no tenía conciencia de ello.
Su ánimo oscilaba entre la euforia y la decepción, como suele suceder en las personas jóvenes que se sienten presas de la depresión. Los días luminosos contrastaban con los sombríos y compartían la misma dolorosa intensidad.
Para seguir adelante se aferraba a un optimismo insensato como la mayoría de los desesperados.
-Volví a verla doce o trece años después. Ya no éramos los mismos porque yo había perdido todo y ella se recuperaba de la pérdida de un bebé.
-¿Cómo se encontraron?
-No fue fácil porque ya no tenía ningún dato sobre ella, así que tuve que buscar en las guías telefónicas de las principales ciudades del país.
Mientras avanzaba en su relato me lo imaginaba en su habitación alquilada, desalineado y en completa soledad, como un náufrago que aguarda que alguien lo rescate y devuelva al mundo de los seres felices, revisando con paciencia los directorios telefónicos de todo el país.
-Nunca pensé que estuviera quebrada como yo. Ella era una chica dorada y cuando la conocí en el instituto nada hacía suponer que las cosas pudieran salirle tan mal. Claro que había algunas señales sutiles como la sudoración de sus manos y el repentino descenso de peso que apenas percibí.
-¿Qué fue lo que le pasó?
-Era la única hija de una familia tradicional que esperaba lo mejor de ella y tenía realmente razones para no pensar que podría tener una vida tan complicada como la que finalmente tuvo. Todo comenzó con un matrimonio fallido que contrajo con un hombre que solamente quería quedarse con la mitad de la costosa propiedad que le regaló su padre.
-Es muy difícil que una mujer pueda recuperarse de un golpe así.
-Yo creo que eso fue lo que desencadenó todo lo que le pasaría después porque fue un golpe al narcisismo de una mujer joven y bella que no puede estar preparada para una cosa semejante.
-Lo más duro debe haber sido enfrentarse a la decepción que provocó a sus padres.
-Eso mismo pensé yo cuando me lo contó.
-Debe haber marcado todos sus pasos posteriores.
-Para una mujer bella que está en su mejor edad es un golpe terrible ser estafada por su esposo y este se quedó con mucho más que una costosa casa en uno de los bulevares más exclusivos de la ciudad.
-¿Qué le pasó después?
-Es como que renunció a enamorarse y se dedicó a cambiar de parejas de manera constante, exponiéndose a la reacción de hombres despechados a quienes iba abandonando de manera inmisericorde.
-Hasta que se reencontró con vos.
-Hasta que se reencontró conmigo.
Dijo esto último con un gesto de contenido dolor, en el que agachó levemente la cabeza, como si hubiera recibido un golpe en la boca del estómago.
Levantó la mirada hacia el techo, encendió un cigarrillo y dio un largo sorbo al vaso de The Famous Grouse que se había servido al comenzar la charla.
-Al principio comenzamos a comunicarnos telefónicamente, ya que ella me decía que no estaba preparada para un encuentro. Yo le tuve una paciencia infinita porque sabía que se estaba reponiendo de la operación en la que perdió su bebé y casi su vida. Las charlas eran interminables y con el correr de los días nos íbamos acercando más y más. Una noche me contó que cuando estudiaba en el instituto, poco antes de casarse, estuvo a punto de abordarme pero que mientras me aguardaba en la puerta, me vio salir con mi pareja de entonces.
-O sea que el interés era mutuo.
-Así es y eso no solamente me levantó el ánimo sino que me hizo sentir feliz por primera vez en casi diez años.
-No era para menos, dije, mientras veía cómo su sonrisa franca iba abriendo surcos en su barbilla y le arrugaba la frente.
-El problema es que yo pensé que me encontraría con la joven rubia que conocí en el instituto pero no fue así, dijo con voz apagada y apoyando los brazos sobre la mesa para erguirse y dirigirse hacia la cocina de la posada para apagar las luces.
Comprendí que la charla había llegado a su fin y que probablemente no volvería a reanudarse, cosa que no me preocupaba porque intuía el final del relato.Mientras me despedía y abandonaba la posada, recordé los años en que redactaba críticas cinematográficas y me divertía adivinando los desenlances de las películas más prosaicas.