Tuesday, April 29, 2008

Siempre el soul



Corinne Bailey Rae es una joven cantante británica que saltó a la fama con un disco que lleva su nombre y una voz tan cálida, sensual y llena de matices que recuerda a la mismísima Ella Fitzgerald. Poco atento a las nuevas figuras, la descubrí algo tarde a través de sus participaciones en discos de Herbie Hancock (River: The Joni Letters) y de Marcus Miller (Marcus). Cuando se unen el talento y la sensibilidad y se le suma el buen gusto el resultado está a la vista, o mejor dicho, al oído.

Sunday, April 20, 2008

Las momias de Azapa

El Museo Arqueológico San Miguel de Azapa se encuentra a doce kilómetro de Arica, en el extremo norte de Chile. Entre su enorme patrimonio se conservan y exhiben momias de la cultura Chinchorro que floreció en la región entre el 5000 y el 2000 AC. Para los antropólogos es la primera manifestación compleja de un culto a la muerte y a los antepasados en la costa árida sudamericana. Se manifiesta en el complicado proceso de momificación que consistía en la extracción de los músculos y las vísceras del difunto, los que eran sustituidos por vegetales, plumas, trozos de cuero, vellones de lana y otros materiales. Luego, el cuerpo era cubierto con una capa de arcilla. Con pelo humano confeccionaban una peluca que colocaban en la cabeza . Este proceso pasó por distintas etapas: al principio sólo se momificaba a los recién nacidos y a los niños, utilizando colores llamativos y acompañándolos con figuras de barro. En el clímax de la cultura, hacia 3000 AC, se momificaban representantes de todos los miembros de la sociedad y de todas las edades (hombre, mujeres, niños, adultos y ancianos), embadurnándolos con pigmentos rojo, negro y café. Durante el ocaso de esta cultura, sólo se aplicaba mascarillas de barro. Al parecer, las momias no se enterraban, sino que eran instaladas de pie, formando parte activa de los campamentos, tal vez como una marca territorial del linaje del grupo a partir de un ancestro común.
El desarrollo artístico Chinchorro quedó plasmado, casi exclusivamente, en el delicado ajuar de las momias y en cierto sentido, en el elaborado tratamiento que recibían los difuntos. Contaban con turbantes de cuerdas de fibra vegetal o animal torcidas, adornados con cuentas de concha y malaquita, que cubrían la cabeza deformada intencionalmente en vida. Los rostros eran cubiertos por finas máscaras de barro y los cuerpos envueltos con elaborados textiles de fibra animal y vegetal a modo de fajas y cordones. Estos combinan distintos colores según la época, primando los tonos crudos, ocres y terracotas. Los cuerpos descansan sobre esteras de fibra vegetal y sacos de piel animal. Muchas de las momias eran acompañadas de estólicas, cuchillos, arpones y otros instrumentos. A veces, también de láminas de cobre nativo o natural que iban dentro del conjunto funerario.

Monday, April 14, 2008

Primo Levi y el sufrimiento

La reedición en español de "Si no ahora, ¿cuándo?", del escritor italiano Primo Levi, invita a pensar no solamente en la resitencia judía contra el Holocausto, sino también, lo que podría ser más trascendente, en la naturaleza del sufrimiento humano.
Esta novela magistralmente narrada que su autor publicó en 1982 bucea en el océano del dolor y parece clasificar dos tipos de sufrimiento, el absurdo y el predeterminado.
Quizá la nación judía padeció los efectos de ambos, dado que no hay explicación lógica para la aniquilación de millones de personas, lo que transforma a la matanza en absurda.
Sin embargo, en su odio demencial, el genocida nazi apeló a una condición predeterminada, la noción de raza, lo que nos lleva al segundo tipo de sufrimiento.
"Auschwitz fue mi universidad", dijo el escritor turinés en alguna ocasión. Pasó dos años en esas "aulas del horror", experiencia que describió con crudeza y humanismo en su novela "Si esto es un hombre", publicada en 1947.
En "Si no es ahora, ¿cuándo?", se propone desmitificar la idea de una supuesta pasividad del pueblo judío ante el exterminio nazi, mediante el relato de la resistencia partisana, de la cual él mismo formó parte.

Friday, April 04, 2008

De non grata a persona agradecida

Jorge Edwards ganó el Premio iberoamericano de narrativa Planeta Casamérica dotado con 200 mil dólares con una novela de sobre su tema preferido: los años setenta. Con La casa de Dostoievski, que narra la historia de un grupo de poetas que se reunía en Santiago de Chile, entre los años 50 y los 80, regresa a esos temas que lo obsesionaron durante décadas: la génesis de la poesía, los misterios de la política, el Chile de Salvador Allende y los tiempos en que la Revolución Cubana se sumía en el desencanto con el Caso Padilla –el poeta acusado de espía de la CIA por Fidel Castro y obligado a una retractación pública a principios de los años setenta–, motivos que el autor ya había tocado en Persona non grata. Vestido con una camisa, un pantalón y un saco color caqui, Edwards –cuentista, novelista, periodista y ensayista– está apoltronado en un sillón de color terracota, en un salón de un hotel con vista a la Plaza San Martín. “Estoy muy contento porque éste es un premio nuevo, en el que se anotaron muchos escritores de una generación menos a la mía. El libro parte de un recuerdo mío de esa casa ocupada por poetas, pintores, filósofos. Era un lugar mágico en una época en que todos en Chile querían ser poetas y los que no deseaban eso eran unos hombrecitos grises. Estábamos cerca de monstruos como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, del grupo La Mandrágora. Es un texto generacional, la historia de un poeta de izquierda que viaja a Cuba y de pronto se tiene que acomodar a la dictadura pinochetista”, narra el autor de La mujer imaginaria y de Adiós, poeta.
–¿Su libro es un homenaje generacional?

–No sé si homenaje, es un retrato generacional, sí. El homenaje sería en tercer plano, con un tono muy corrosivo sobre los poetas, que no quedan muy bien parados. Tiene algo de esa picaresca que fue tan viva en el Santiago de Chile de los años 50, en la que había unos tipos temibles circulando en los bares, tomando un vino barato que dejaba una marca delatora en la boca. Entonces, narro la vida de uno de esos poetas del comienzo al final.

–Otra vez vuelve sobre el tema Padilla, ¿es una obsesión?

–Esta es una novela con un contenido político muy fuerte. El caso Padilla no podía estar ausente, porque para mí fue un hecho traumático, muy crítico, que reaparece siempre en mi memoria literaria. Pero no sé si lo llamaría una obsesión.

–Usted dijo que el protagonista de la novela no tiene nombre, ¿por qué?

–Lo llamo el Poeta y tiene cuatro nombres hipotéticos. Uno de ellos puede ser Enrique Lihn, pero él no estuvo en el caso Padilla, por ejemplo. Hay muchos elementos ficticios. Me gusta jugar con la incertidumbre porque eso genera un nosotros literario.

–Neruda es el poeta obligado de Chile, ¿cómo aparece en el libro?

–Como un fantasma al fondo del paisaje. Muchas veces se lo nombra como el Poeta oficial o Nerón, nos reíamos un poco de él, pero bueno, yo fui muy amigo de él, y por eso lo trato con mucho respeto. Digamos que ésta es una novela de memorias inventadas.

–También es una novela sobre la poesía, ¿no?

-La poesía es otro de mis temas preferidos. Renuncié a escribirla, pero no a leerla. Y siempre me rodeé de poetas, como Jorge Tellier, un escritor muy importante para mí, el borracho más lúcido que conocí en mi vida, con una memoria prodigiosa aun cuando estaba borracho.

-¿Por qué abandonó la poesía?

-Porque me sentía más seguro con el lenguaje narrativo, mi voz se hacía más personal. He publicado poesía en alguna revista, pero no las leo. Hay escritores que se leen a sí mismos. Han visto a Camilo José Cela leer sus libros y reírse y disfrutarlo, celebrándose. Yo no releo mis obras, leo otras cosas. Ahora estoy leyendo a un mexicano que se llama Guillermo Fadanelli y un libro de filosofía sobre el concepto del mal en Occidente. Y también estoy leyendo Ensayos de Montaigne, porque tengo ganas de escribir un ensayo sobre el ensayo.

–Usted tiene 76 años. ¿Ésta es una novela de nostalgia?

–No sé. Yo no me siento viejo (sonríe). No hay nostalgia en la tercera juventud. Además, mantengo mi vigor intelectual, juego al tenis, camino mucho.

–¿Compite ferozmente en el tenis?

–Si no, no sería tenis.

–¿Y en la literatura?

–No. En la escritura no hay competencia. Está uno y su obra, nada más. Es cierto que hay mucha vanidad, y es un error. Pero no hay mucho dinero en juego.

–Bueno, ahora ganó 200 mil dólares, ¿qué va a hacer?

–Tengo muchos gastos. Enviudé recientemente, y la enfermedad de mi mujer fue muy costosa. Además, tengo dos hijos a los que no les gusta trabajar; uno, por suerte, a los 48 años está sentando cabeza.


Publicado en www.criticadigital.com