En este oasis pasé los mejores días de descanso de mi vida. Tras acomodarme en el gigantesco camping municipal me dediqué a recorrer el pueblo y descubrir sus tesoros.
Antes de visitar el Barreal del Leoncito y el observatorio astronómico más importante que tiene el país, me relacioné con la gente del lugar, entre ellos el encargado del camping, quien me acompañó a realizar mis compras en los almacenes del pueblo y hasta se ofreció para asar un chivito en su horno de barro que ya entrada la noche compartí junto a su familia.
Otro de los pobladores con quien sostuve agradables conversaciones fue el dueño de la hostería El Alemán, un inmigrante germano que a principios de los 80 llegó al lugar que no pudo abandonar más.
La hostería se encuentra un tanto escondida pero su dueño se las ingenió para guiar a los visitantes a través de carteles de color verde oscuro que se encuentran diseminados por todos los caminos de la zona.
El Alemán, como todos lo conocen, es un rubio de ojos azules muy amable y algo enigmático que se ocupa de la cocina mientras su esposa, una argentina sumamente simpática, atiende a los comensales.
La cocina obviamente es de estilo germano, ofreciendo una abundante variedad de salchichas y carnes ahumadas, además de decenas de excelentes cervezas.
Por las noches visitaba la posada y además de entretenerme con los turistas que paraban en su paso por la zona, me entretenía conversando con su dueño, a quien vanamente intentaba sacarle información sobre su vida antes de emigrar a Barreal.
En este punto era tan hermético que si no fuese por su edad me hubiera visto tentado de pensar que era un fugitivo nazi.
En realidad El Alemán es una persona que ve con preocupación cómo la naturaleza va cediendo ante el avance de la civilización, es decir, un verdadero naturalista.