"Es cierto que la vi siendo niña, cuando solamente podía despertarme ternura y aún hoy la sigo viendo de la misma manera", me dijo El Alemán, una madrugada, cuando el trabajo de la posada había terminado.
En vano traté de hacerlo hablar sobre los placeres de la vida en la precordillera, siempre volvía al mismo tema. "Fuimos a un pub irlandés y la besé mientras acariciaba sus muslos. Ella parecía disfrutarlo pero unas semanas después me dijo que quería estar sola y que no le provocaba nada", confesó mientras yo trataba de descubrir qué decían sus ojos azules.
Parecía no escucharme y decidí quedarme callado, escuchando los detalles de la ruptura, pensando en mi propia historia sentimental.
Recordé ese mediodía en que ella me dijo que ya no sentía nada por mí y lo comprendí aunque sinceramente hubiese preferido hablar de otra cosa. Realmente no tenía nada para decirle.