Mientras ascendíamos por la ruta provincial 150 y nos regocijábamos con los giros y contra giros del río Jáchal, comprendíamos por qué cuando uno viaja a sitios remotos experimenta la sensación de que se detienen los relojes, reforzada muy probablemente por la disminución gradual de los ruidos del ambiente que se limitan de manera progresiva al roce del viento en la vegetación y al canto de los pájaros.
La tranquilidad de Rodeo nos ayudó a sosegar nuestros sentidos después de las incréibles experiencias que habíamos vivido unos días antes, cuando visitamos por primera vez el Valle de la Luna y Talampaya, ordenando las sensaciones e imágenes que llevábamos muy frescas en la memoria.
También no sirvió como descanso para lo que vendría, una travesía por un olvidado camino de piedra a la localidad de Barreal, en el sudoeste provincial, donde comprendimos que el planeta todavía guarda sitios en los que se puede ser feliz.