Anoche leí una revista cordobesa dedicada a la actividad cultural y me sentí decepcionado. Visualmente está muy bien lograda pero la redacción exuda academicismos que no pueden hacer más que espantar al lector de a pie.
Recuerdo que cuando entrevisté a Adolfo Bioy Casares este me dijo con fino humor que se sentía halagado porque tantos profesores y profesoras pensaran que sabía algo "de todo eso", en referencia al denominado saber linguístico y verdaderamente pienso que no es más que un código cerrado en el que la comunicación es casi imposible.
El propio Bioy me dijo que "La invención de Morel", su obra más amada por los estructuralistas y postestructuralistas "no está bien escrita". "Borges me dijo que era una buena idea pero que no podía ser llevada a la práctica", recordó el gran escritor argentino y después reconoció que a partir de allí se propuso metas asequibles, logrando a mi juicio sus mejores resultados.
Una de las características de la obra de Bioy que más me llamó la atención fue justamente el casi omnipresente sentido del humor. Cuando se lo dije, comentándole que muchas veces me reía a carcajadas en medio de la lectura de una de sus novelas, se le iluminó la mirada. Probablemente haya sido la primera oportunidad en esa larga jornada en la Universidad Nacional del Litoral en donde alguien dio en el clavo a la hora de hablar de su obra.
No quiero extenderme demasiado pero creo que a la literatura, como al arte en general, hay que acercarse sin prejuicios ni preconceptos. Podría incluso decir que hay que tomar los libros desnudos de todo supuesto saber.