Friday, April 04, 2008

De non grata a persona agradecida

Jorge Edwards ganó el Premio iberoamericano de narrativa Planeta Casamérica dotado con 200 mil dólares con una novela de sobre su tema preferido: los años setenta. Con La casa de Dostoievski, que narra la historia de un grupo de poetas que se reunía en Santiago de Chile, entre los años 50 y los 80, regresa a esos temas que lo obsesionaron durante décadas: la génesis de la poesía, los misterios de la política, el Chile de Salvador Allende y los tiempos en que la Revolución Cubana se sumía en el desencanto con el Caso Padilla –el poeta acusado de espía de la CIA por Fidel Castro y obligado a una retractación pública a principios de los años setenta–, motivos que el autor ya había tocado en Persona non grata. Vestido con una camisa, un pantalón y un saco color caqui, Edwards –cuentista, novelista, periodista y ensayista– está apoltronado en un sillón de color terracota, en un salón de un hotel con vista a la Plaza San Martín. “Estoy muy contento porque éste es un premio nuevo, en el que se anotaron muchos escritores de una generación menos a la mía. El libro parte de un recuerdo mío de esa casa ocupada por poetas, pintores, filósofos. Era un lugar mágico en una época en que todos en Chile querían ser poetas y los que no deseaban eso eran unos hombrecitos grises. Estábamos cerca de monstruos como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, del grupo La Mandrágora. Es un texto generacional, la historia de un poeta de izquierda que viaja a Cuba y de pronto se tiene que acomodar a la dictadura pinochetista”, narra el autor de La mujer imaginaria y de Adiós, poeta.
–¿Su libro es un homenaje generacional?

–No sé si homenaje, es un retrato generacional, sí. El homenaje sería en tercer plano, con un tono muy corrosivo sobre los poetas, que no quedan muy bien parados. Tiene algo de esa picaresca que fue tan viva en el Santiago de Chile de los años 50, en la que había unos tipos temibles circulando en los bares, tomando un vino barato que dejaba una marca delatora en la boca. Entonces, narro la vida de uno de esos poetas del comienzo al final.

–Otra vez vuelve sobre el tema Padilla, ¿es una obsesión?

–Esta es una novela con un contenido político muy fuerte. El caso Padilla no podía estar ausente, porque para mí fue un hecho traumático, muy crítico, que reaparece siempre en mi memoria literaria. Pero no sé si lo llamaría una obsesión.

–Usted dijo que el protagonista de la novela no tiene nombre, ¿por qué?

–Lo llamo el Poeta y tiene cuatro nombres hipotéticos. Uno de ellos puede ser Enrique Lihn, pero él no estuvo en el caso Padilla, por ejemplo. Hay muchos elementos ficticios. Me gusta jugar con la incertidumbre porque eso genera un nosotros literario.

–Neruda es el poeta obligado de Chile, ¿cómo aparece en el libro?

–Como un fantasma al fondo del paisaje. Muchas veces se lo nombra como el Poeta oficial o Nerón, nos reíamos un poco de él, pero bueno, yo fui muy amigo de él, y por eso lo trato con mucho respeto. Digamos que ésta es una novela de memorias inventadas.

–También es una novela sobre la poesía, ¿no?

-La poesía es otro de mis temas preferidos. Renuncié a escribirla, pero no a leerla. Y siempre me rodeé de poetas, como Jorge Tellier, un escritor muy importante para mí, el borracho más lúcido que conocí en mi vida, con una memoria prodigiosa aun cuando estaba borracho.

-¿Por qué abandonó la poesía?

-Porque me sentía más seguro con el lenguaje narrativo, mi voz se hacía más personal. He publicado poesía en alguna revista, pero no las leo. Hay escritores que se leen a sí mismos. Han visto a Camilo José Cela leer sus libros y reírse y disfrutarlo, celebrándose. Yo no releo mis obras, leo otras cosas. Ahora estoy leyendo a un mexicano que se llama Guillermo Fadanelli y un libro de filosofía sobre el concepto del mal en Occidente. Y también estoy leyendo Ensayos de Montaigne, porque tengo ganas de escribir un ensayo sobre el ensayo.

–Usted tiene 76 años. ¿Ésta es una novela de nostalgia?

–No sé. Yo no me siento viejo (sonríe). No hay nostalgia en la tercera juventud. Además, mantengo mi vigor intelectual, juego al tenis, camino mucho.

–¿Compite ferozmente en el tenis?

–Si no, no sería tenis.

–¿Y en la literatura?

–No. En la escritura no hay competencia. Está uno y su obra, nada más. Es cierto que hay mucha vanidad, y es un error. Pero no hay mucho dinero en juego.

–Bueno, ahora ganó 200 mil dólares, ¿qué va a hacer?

–Tengo muchos gastos. Enviudé recientemente, y la enfermedad de mi mujer fue muy costosa. Además, tengo dos hijos a los que no les gusta trabajar; uno, por suerte, a los 48 años está sentando cabeza.


Publicado en www.criticadigital.com