Desde el balcón cerrado puede ver la zona céntrica de Rosario gracias a un claro que providencialmente ha resistido al boom inmobiliario que transformó la imagen de la ciudad durante el último lustro. Sin siquiera dudarlo, ubicó allí los siete estantes de un metro y medio de largo que ocupa su recobrada biblioteca.
Tras desembalar las cajas que llegaron en un transporte, se puso a ordenar los viejos volúmenes que fue acumulando durante las últimas dos décadas de su accidentada vida. Mientras quitaba con una franela húmeda el polvo adherido a las tapas y contratapas, fue encontrándose con verdaderos pedazos de su vida intelectual. De algunos títulos se acordaba perfectamente incluso de hasta el día en que los había comprado. De otros solamente guardaba vagos recuerdos.
Sin embargo, como lector profesional que se había ganado buena parte de su vida redactando reseñas bibliográficas, tenía un acabo conocimiento de cada ejemplar y cada autor atesorado en su biblioteca personal.