Sunday, February 04, 2007

Una sombra y una mirada

Conservaba la fotografía como un verdadero tesoro y me la mostró con el entusiasmo propio de quien revela un poderoso secreto. Se lo veía más joven y feliz, sin las arrugas que ahora le cruzaban la frente. Los ojos parecían preguntar algo a quien manipulaba la cámara, una suerte de inquietud cuya respuesta yo no podía siquiera intuir, ya que de aquella persona solamente se veía la sombra de su cuerpo proyectada por la luz rasante y cálida del atardecer.
Vestía del mismo modo que ahora, con pantalones amplios de gabardina y una camisa de tela rústica que le daban el aspecto de un hombre de campo. Su fisonomía y especialmente su piel bronceada que resaltaba sus ojos azules, delataban sin embargo su origen europeo.
Los colores de la fotografía que sostenía en su mano y miraba intensamente habían comenzado a desteñirse, lo que revelaba que había sido tomada hacía por los menos quince años.
Su rostro alargado en donde además se destacaba una sonrisa a medio camino que daba forma a una pequeña arruga próxima a la comisura derecha, estaba enmarcada por un paisaje lacustre propio de los países escandinavos.
Era el mismo rostro que ahora intentaba explicarme la experiencia que le había cambiado la vida, expulsándolo hacia los confines de un país remoto, donde había recuperado un equilibrio tan precario como las grandes rocas vacilantes que vigilan amenazantes los sinuosos caminos andinos.
No resultaba fácil penetrar su mirada. La pregunta que parecía formular a quien lo fotografiaba, quince o veinte años atrás, se había transformado en una expresión resignada y amarga.
El relato iba tomando forma y se iba abriendo paso a través de comentarios sobre excursiones por las cercanías, uno de los temas centrales de conversación en pueblito como Barreal.
Ella era una típica joven del área rural que había ido a estudiar lengua y literatura a Copenaghe. Desbordaba frescura y belleza y no tardó en despertar el interés de mi anfitrión, quien daba clases de literatura europea meridional.
Lo que más le interesó fueron sus ojos castaños, aunque se regocijaba al escuchar su acento provinciano y su timidez a la hora de dar sus trabajos prácticos.
Llegó a su vida en un momento crítico en donde su relación con su pareja comenzaba a desmoronarse y donde él mismo empezaba a quebrarse, por lo que no tuvo la fuerza suficiente para siquiera intentar seducirla.
La relación, si así podría llamarse, se limitó al cruce de miradas que sin embargo decían mucho más que las más elocuentes palabras.
El invierno llegó y la joven campesina aprobó su curso con una vacilante pero convincente exégesis de la Divina Comedia. Ya no volvería a verla pero no lo preocupaba porque tenía demasiados problemas que resolver.
Estaba profundamente enamorado de la mujer con la cual compartía un departamento en la zona céntrica de la ciudad, a unas diez cuadras del instituto donde daba clases. La relación, sin embargo, estaba a punto de resquebrajarse aunque él no tenía conciencia de ello.
Su ánimo oscilaba entre la euforia y la decepción, como suele suceder en las personas jóvenes que se sienten presas de la depresión. Los días luminosos contrastaban con los sombríos y compartían la misma dolorosa intensidad.
Para seguir adelante se aferraba a un optimismo insensato como la mayoría de los desesperados.
-Volví a verla doce o trece años después. Ya no éramos los mismos porque yo había perdido todo y ella se recuperaba de la pérdida de un bebé.
-¿Cómo se encontraron?
-No fue fácil porque ya no tenía ningún dato sobre ella, así que tuve que buscar en las guías telefónicas de las principales ciudades del país.
Mientras avanzaba en su relato me lo imaginaba en su habitación alquilada, desalineado y en completa soledad, como un náufrago que aguarda que alguien lo rescate y devuelva al mundo de los seres felices, revisando con paciencia los directorios telefónicos de todo el país.
-Nunca pensé que estuviera quebrada como yo. Ella era una chica dorada y cuando la conocí en el instituto nada hacía suponer que las cosas pudieran salirle tan mal. Claro que había algunas señales sutiles como la sudoración de sus manos y el repentino descenso de peso que apenas percibí.
-¿Qué fue lo que le pasó?
-Era la única hija de una familia tradicional que esperaba lo mejor de ella y tenía realmente razones para no pensar que podría tener una vida tan complicada como la que finalmente tuvo. Todo comenzó con un matrimonio fallido que contrajo con un hombre que solamente quería quedarse con la mitad de la costosa propiedad que le regaló su padre.
-Es muy difícil que una mujer pueda recuperarse de un golpe así.
-Yo creo que eso fue lo que desencadenó todo lo que le pasaría después porque fue un golpe al narcisismo de una mujer joven y bella que no puede estar preparada para una cosa semejante.
-Lo más duro debe haber sido enfrentarse a la decepción que provocó a sus padres.
-Eso mismo pensé yo cuando me lo contó.
-Debe haber marcado todos sus pasos posteriores.
-Para una mujer bella que está en su mejor edad es un golpe terrible ser estafada por su esposo y este se quedó con mucho más que una costosa casa en uno de los bulevares más exclusivos de la ciudad.
-¿Qué le pasó después?
-Es como que renunció a enamorarse y se dedicó a cambiar de parejas de manera constante, exponiéndose a la reacción de hombres despechados a quienes iba abandonando de manera inmisericorde.
-Hasta que se reencontró con vos.
-Hasta que se reencontró conmigo.
Dijo esto último con un gesto de contenido dolor, en el que agachó levemente la cabeza, como si hubiera recibido un golpe en la boca del estómago.
Levantó la mirada hacia el techo, encendió un cigarrillo y dio un largo sorbo al vaso de The Famous Grouse que se había servido al comenzar la charla.
-Al principio comenzamos a comunicarnos telefónicamente, ya que ella me decía que no estaba preparada para un encuentro. Yo le tuve una paciencia infinita porque sabía que se estaba reponiendo de la operación en la que perdió su bebé y casi su vida. Las charlas eran interminables y con el correr de los días nos íbamos acercando más y más. Una noche me contó que cuando estudiaba en el instituto, poco antes de casarse, estuvo a punto de abordarme pero que mientras me aguardaba en la puerta, me vio salir con mi pareja de entonces.
-O sea que el interés era mutuo.
-Así es y eso no solamente me levantó el ánimo sino que me hizo sentir feliz por primera vez en casi diez años.
-No era para menos, dije, mientras veía cómo su sonrisa franca iba abriendo surcos en su barbilla y le arrugaba la frente.
-El problema es que yo pensé que me encontraría con la joven rubia que conocí en el instituto pero no fue así, dijo con voz apagada y apoyando los brazos sobre la mesa para erguirse y dirigirse hacia la cocina de la posada para apagar las luces.
Comprendí que la charla había llegado a su fin y que probablemente no volvería a reanudarse, cosa que no me preocupaba porque intuía el final del relato.Mientras me despedía y abandonaba la posada, recordé los años en que redactaba críticas cinematográficas y me divertía adivinando los desenlances de las películas más prosaicas.