“Si el judío no existiera, el antisemita lo inventaría”, afirmó Jean Paul Sartre, en un ensayo donde puso en evidencia por qué una posición tan extrema y extendida no puede ser difundida en nombre de la libertad de expresión.
El filósofo francés abordó el problema en 1946, poco después del genocidio nazi, a través de un ensayo titulado “Reflexiones sobre la cuestión judía” que al igual que el antisemitismo mismo, no perdió su vigencia.
“El antisemita ha escogido el odio porque el odio es una fe”, explica en uno de los pasajes centrales de su ensayo, desnudando la arbitrariedad de una pretendida corriente de opinión que no se sustenta en razones.
Con paciente lucidez se dedica a desbaratar cada una de las justificaciones utilizadas por quienes intentan explicar por qué rechazan a los judíos, demostrando que estos no se apoyan en la experiencia o en la realidad, sino en una tradición cultural marcada por el prejuicio, la discriminación y el racismo.
“Un hombre puede ser buen padre y buen marido, ciudadano escrupuloso, amante de las letras, filántropo y además antisemita. Puede ser aficionado a la pesca y a los placeres del amor, tolerante en materia religiosa, lleno de ideas generosas sobre la condición de los indígenas del Africa central, y además, aborrecer a los judíos. No los quiere- suele decirse- porque su experiencia le ha revelado que eran malos, porque las estadísticas le informaron que eran peligrosos, porque ciertos factores históricos han influido en sus juicio”, describe con cierta ironía.
Tras hacer notar que el antisemitismo resurge en Alemania a través de la pequeña burguesía de cuello duro que procura distinguirse del proletariado, Sartre llega rápidamente al meollo de la cuestión y señala la estrecha ligazón existente entre el nacionalismo y el fanatismo religioso.
Esto es así porque en el fondo no es más que un nuevo maniqueismo que “explica la marcha del mundo por la lucha del principio del Bien contra el principio del Mal” y que hoy subsiste en en el fundamentalismo islámico pero que predominó mucho antes en tiempos de la Inquisición, tal como señalara en su momento el estudioso español Américo Castro.
El pensamiento conspirativo
Del mismo modo en que el antisemita busca alguna “razón” para justificar su odio hacia los judíos, por estos días abundan líderes de opinión que se amparan en excesos y yerros de la política exterior estadounidense para reivindicar el fundamentalismo islámico.
El fenómeno incluso puede ser percibido en un país como el nuestro que sufrió en carne propia la intolerancia criminal con las voladuras de la Embajada de Israel y la AMIA.
En ese sentido, responsabilizar a la colectividad judía de la Argentina por la falta de esclarecimiento de los dos hechos –obviamente con la complicidad de Estados Unidos e Israel-, tal como puede leerse en un artículo anónimo que publicó el portal Tercer Mundo de Santa Fe y desgraciadamente “levantó” CASTELLANOS, constituye un despropósito difícil de calificar y obviamente un insulto a los familiares de las víctimas de ambos atentados.
El supuesto “razonamiento” es tan torcido y malsano que no resiste ni siquiera el más débil examen lógico. A Sartre no le hubiera escapado que la justificación presentada viene envuelta bajo la forma de la “conspiración ultrasecreta”, circunstancia que la exime de cualquier proceso de corroboración y verificación.
En ese sentido, resulta obvio que los dos atentados están vinculados con el terrorismo islámico que incluso pudo haber utilizado nuestro país como un banco de pruebas para actuar unos años después en países centrales como los Estados Unidos, España y el Reino Unido.
La lectura política no implica sin embargo que se deban adulterar los accidentados procesos judiciales que siguen su marcha y que no han arrojado los resultados esperados porque, entre otras cosas, estos demuestran la vulnerabilidad de nuestro país y la debilidad de nuestras instituciones.
La cuestión pasa justamente por salirse del círculo maniqueista que enfrenta el bien y el mal y pulveriza los principios democráticos que rigen a nuestra sociedad.
Quienes perecieron en los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA no eran solamente judíos sino también argentinos y por sobre todo, seres humanos. Fueron víctimas inocentes del terror criminal que no se puede tolerar bajo ninguna circunstancia, provenga de donde provenga.
Bajo esta perspectiva, las teorías conspirativas que hoy pululan en nuestro país no hacen más que desnudar el interés de quienes intentan propagar el fanatismo antisemita en la sociedad, erosionando las bases de nuestras débiles instituciones y quebrando los lazos de solidaridad entre los ciudadanos.
No son más que un nuevo intento por devolvernos a un pasado que la mayoría de los argentinos queremos dejar atrás, donde el odio, la intolerancia y la lucha facciosa desplazaron al respeto, la convivencia pacífica y la democracia.
Se nos presentan con los atractivos atuendos del pensamiento fácil, donde las conspiraciones y el enfrentamiento entre los buenos y los malos, eximen de cualquier razonabilidad y corroboración y exigen por el contrario, un activismo militante y ciego como el de los jóvenes fanáticos que se auto inmolan en nombre de la verdad revelada.
Monday, August 27, 2007
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